sábado, 25 de enero de 2014

Atardecer

Corro hacia delante, sin volver la vista atrás, evitando cualquier contacto visual con las sombras que me rodean y me juzgan en silencio. En el horizonte puede distinguirse un punto rojizo, brillante y extremadamente bonito. Es el sol. Queda poco para que ese maravilloso ente desaparezca, dando paso a la fría y oscura noche. Donde todo es monstruoso y terrorífico. Por eso decido que es un buen momento para disfrutar de la belleza de los últimos atisbos de luz solar, que me acaricia la piel. Me atrevería a decir incluso que el atardecer es un paisaje bonito, digno de deleite, pero sé todo lo que lleva consigo. Por cada segundo que transcurre, la noche se hace más patente, inundado las calles con su invisible manto de opaca oscuridad. Escalofríos electrizantes empiezan a azotar mi cuerpo, pero a pesar de ello, no me detengo. Sigo corriendo, huye de todo eso que me persigue, doy zancadas cada vez más amplias con el objeto de alcanzar la inalcanzable luz del horizonte.

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